
La arquitectura barroca es un período de la historia de la arquitectura que vino precedida del Renacimiento y del manierismo; se generó en Roma a principios del siglo XVII y se extendió hasta mediados del siglo XVIII por los estados absolutistas europeos.
El término barroco, derivado del portugués barroco, 'perla de forma diferente o irregular', se utilizó en un primer momento de forma despectiva para indicar la falta de regularidad y orden del nuevo estilo. La característica principal de la arquitectura barroca fue la utilización de composiciones basadas en puntos, curvas, elipses y espirales, así como figuras policéntricas complejas compuestas de motivos que se intersecaban unos con otros. La arquitectura se valió de la pintura, la escultura y los estucados para crear conjuntos artísticos teatrales y exuberantes que sirviesen para ensalzar a los monarcas que los habían encargado.
En algunos países europeos como Francia e Inglaterra y en otras regiones de la Europa septentrional se produjo un movimiento más racionalista derivado directamente del Renacimiento que se denominó clasicismo barroco. A lo largo del siglo XVIII se fue desarrollando en Francia un movimiento derivado del Barroco que multiplicaba su exuberancia y se basaba fundamentalmente en las artes decorativas que se denominó rococó y se acabó exportando a buena parte de Europa.
Contrariamente a las teorías según las cuales el movimiento barroco surgió a partir del manierismo, fue el renacimiento tardío el movimiento que acabó desencadenando en último término el Barroco. De hecho, la arquitectura manierista no fue suficientemente revolucionaria para evolucionar radicalmente, en un sentido espacial y no solo superficial, a partir de los estilos de la antigüedad a los nuevos fines populares y retóricos de la época del contrarreformismo.
Ya en el siglo XVI, Miguel Ángel Buonarroti había anunciado el Barroco de una forma colosal y masiva en la cúpula de la basílica de San Pedro de Roma, así como las alteraciones en las proporciones y las tensiones de los órdenes clásicos expresados en la escalera de acceso a la Biblioteca Laurenciana de Florencia, del mismo autor, y la enorme cornisa añadida al Palacio Farnese. Estas intervenciones habían suscitado diversos comentarios en su época por su brusca alteración de las proporciones clásicas canónicas. No obstante, en otras obras Miguel Ángel había cedido a la influencia manierista, por lo que fue sólo tras el fin del manierismo cuando se redescubrió a Miguel Ángel como el padre del Barroco.
El nuevo estilo se desarrolló en Roma, y alcanzó su momento álgido entre 1630 y 1670; a partir de entonces el Barroco se extendió por el resto de Italia y de Europa.
La influencia del Barroco no se limitó al siglo XVII; a principios del siglo XVIII se desarrolló el estilo denominado rococó, que no siendo una pura continuación del primero podría ser considerado como la última fase del Barroco.
La catedral (sede del obispo) representa un importante hito dentro de la historia de las ciudades novohispanas. A nivel del paisaje urbano, por la preeminencia de su volumetría en medio del contexto edificado, y simbólicamente porque además de representar a los poderes religiosos real y civil acompaña prácticamente a lo largo de su edificación a la historia del desenvolvimiento de la ciudad.
En la mitad del siglo XVII, el desarrollo de una técnica decorativa que incide directamente a favor de los propósitos que configuraron la sensibilidad del barroco: Las yeserías. A partir de modelos copiados tanto de las ilustraciones de libros (grutescos y tarjas fundamentalmente) como de los artesanos renacentistas europeos, los primeros grupos de yeseros provenientes de España se establecieron en Puebla a partir de la cuarta década del siglo XVII, extendiendo la influencia de su trabajo a la vecina Tlaxcala; el trabajo de argamasa (mezcla de cal y arena) aplicado generalmente en los marcos de las portadas, como el de los yesos que vistieron los interiores de los recintos religiosos, consistió en modelar estos materiales plásticos apoyándose en la estructura de barroco o piedra de muros y bóvedas, e ir creando revestimientos que paulatinamente se apoderan no solo de la totalidad de las superficies, sino de la calidad particular de los espacios, al establecer una sintonía plástico-expresiva cuya resonancia ambiental aniquila la homogeneidad geométrica de la arquitectura creando un discurso de frenética movilidad aparente.
Entre las iglesias, el punto de partida de la arquitectura barroco puede considerarse la Iglesia del Gesù de Roma, construida a partir de 1568 según el proyecto de Jacopo Vignola. El edificio, que representa una síntesis entre la arquitectura renacentista, manierista y barroca, satisfacía plenamente las nuevas exigencias surgidas tras la Contrarreforma: la disposición longitudinal de la planta permitía acoger al mayor número de fieles, mientras que la planta de cruz latina con numerosas capillas laterales suponía un retorno a la tradición del Concilio de Trento. Así de hecho lo hará constar una figura tan importante como el cardenal Borromeo:
Por otro lado, la presencia de una cúpula subrayaba la centralidad del espacio hacia el fondo de la nave, y presagiaba la búsqueda de una integración entre el esquema longitudinal y el centralizado. También la fachada, construida según el proyecto de Giacomo della Porta, anticipaba los elementos más marcadamente barrocos, comparables a los de los alzados de Santa Susana y San Andrés del Valle.
De este modelo derivaron una serie de iglesias de planta longitudinal centralizada o planta central alargada, caracterizadas por el eje longitudinal y por la presencia de un elemento catalizador de la composición, generalmente una cúpula.se construyó en los años 1985
Si los arquitectos manieristas alteraban la composición rigurosa de las fachadas renacentistas añadiéndoles temas y decoraciones caracterizadas por un intelectualismo refinado, pero sin modificar la lógica planimétrica y estructural de la fachada de los edificios, los arquitectos barrocos modificaron tanto la composición en planta como en fachada, generando una concepción nueva del espacio. En ambos aspectos se logra una ruptura de lo tradicional y lineal para lograr mayor expresividad en sus figuras. Las fachadas de las iglesias dejaron de ser la continuación lógica de la sección interna, para convertirse en organismos plásticos que marcaban la transición entre el espacio exterior y el interior. El espacio interior, por tanto, estaba compuesto a partir de figuras complejas basadas en elipses y líneas curvas que permitirían semejarse con la naturaleza existente, y así generar una arquitectura mucho más detallada y que exprese sentimientos, y se definía a través del movimiento de los elementos espaciales, diferenciándose radicalmente de la concepción renacentista que generaba una sucesión uniforme de elementos dispuestos de forma simétrica entre ellos.
En la arquitectura civil del momento se puede distinguir entre dos tipos de construcciones nobles: el palacio, situado generalmente en el interior de la ciudad, y la villa del campo.
El palacio italiano y sus derivados europeos permanecieron fieles a la tipología residencial desarrollada durante el Renacimiento, con un cuerpo edificado cerrado en torno a un patio interno. Se dotó a las fachadas principales de cuerpos centrales resaltados y decorados mediante el uso de órdenes gigantes, que ya habían sido anticipados por Palladio. Se extendieron los ejes de simetría al interior del edificio, donde se abrían el vestíbulo y el patio interno; por ejemplo, el eje longitudinal introducido en el Palacio Barberini de Roma contribuía a la definición de la planta y subrayaba la conexión con el exterior del edificio. Por otro lado, este palacio constituyó un punto importante del desarrollo de la tipología residencial palaciega italiana: la planta se constituía en forma de H, y la entrada se producía mediante un profundo atrio que iba haciéndose más estrecho sucesivamente, hasta llegar a una sala elíptica que servía de centro nodal al palacio entero
En Francia, no obstante, el palacio urbano de la nobleza, denominado hôtel, recuperó para sí el esquema de los castillos medievales. El clima más duro reclamaba una optimización del soleamiento en las principales estancias, lo que generó fachadas escalonadas y grandes alas laterales. El cuerpo principal se encontraba retrasado respecto a la calle y precedido de la cour d'honneur, un espacio de transición abierto al exterior que al mismo tiempo separaba el palacio de la ciudad. Un ejemplo de este esquema es el parisino Palacio del Luxemburgo, construido a partir de 1615 por Salomon de Brosse. Aquí, a diferencia de otros edificios del mismo estilo y época, los pabellones angulares no fueron destinados a locales de servicio, sino que contenían estancias principales en cada planta.
Fue notable el desarrollo francés de residencias en el campo, los denominados châteaux, que llevaron a la realización de extensos complejos de los que partían los ejes viarios principales que ordenaban el entorno. Entre ellos cabe destacar el Palacio de Vaux-le-Vicomte (1656-1659), proyectado por Louis Le Vau, y el Palacio de Versalles, máximo símbolo del absolutismo francés y cuyas labores de reconstrucción fueron iniciadas por el mismo Le Vau por encargo de Luis XIV.
El paisaje ideal de la época barroca halló su expresión más característica en el jardín francés especialmente en las creaciones de André Le Notre. El jardín francés se concebía como un paisaje infinito ordenado geométricamente y centrado en el palacio el cual representa el foco del sistema. Pero la verdadera finalidad es la sensación de espacio infinito que se materializa en un eje longitudinal dominante. Todos los demás elementos están relacionados con ese eje, el cual divide dos mundos: el mundo urbano del hombre y el mundo ampliamente abierto de la naturaleza.
Versalles representa la verdadera esencia del medio ambiente del siglo XVII: dominio, dinamismo y apertura. Hacia fines del siglo, todo el paisaje en torno a París se transformó en una red de sistemas centralizados e infinitamente extendidos. La resolución simbólica que parecían tener las plazas para representar el poder del monarca terminó siendo una resolución paisajística para el usuario.
Así, la ciudad comienza a formar parte del paisaje y se adueña del mismo. El exterior se integra al interior como un integrante más del espacio. Lo que antes era una planta cerrada ahora se “abre” para producir una vinculación entre lo artificial y lo natural, provocando puntos de encuentro entre el mundo de la ciudad y el mundo natural del jardín y del paisaje.
El barroco es un estilo que cruza la historia, nunca pretendió ser entendido por la razón, por la inteligencia, sino captado por los sentidos, buscó en el espectador efectos emocionales, no racionales.
El Barroco surge en el escenario artístico europeo en dos contextos muy claros durante el siglo XVII: de entrada había la sensación de que, con el avance científico representado por el Renacimiento, el clasicismo, aunque hubiera ayudado en este progreso, no estaba en condiciones de ofrecer todas las respuestas necesarias a las dudas del hombre. El Universo ya no era el mismo, el mundo se había expandido y el individuo quería experimentar un nuevo tipo de contacto con lo divino y lo metafísico. Las formas lujuriantes del Barroco, su espacio elíptico, definitivamente antieuclidiano, fueron una respuesta a estas necesidades.
El segundo contexto es la Contrarreforma promovida por la Iglesia católica. Con el avance del protestantismo, el antiguo orden cristiano romano (que, en cierto sentido, había incentivado el advenimiento del mundo renacentista) estaba siendo suplantado por nuevas visiones de mundo y nuevas actitudes ante lo Sagrado. La Iglesia sintió la necesidad de renovarse para no perder los fieles y vio en la promoción de una nueva estética la oportunidad de identificarse con este nuevo mundo. Las formas del barroco fueron promovidas por la institución en todo el mundo (especialmente en las colonias recién descubiertas), haciéndolo el estilo católico, por excelencia.
Autores como Manuel G. Revilla, José Juan Tablada y Diego Angulo perciben una división tajante de las cualidades formales de nuestra arquitectura barroca según el siglo al pertenezcan; es decir que dividen la arquitectura barroca novohispana en dos siglos: El XVII y el XVIII.
Revilla considera que en el siglo XVII se produce la arquitectura barroca propiamente dicha, caracterizada por la alteración de las proporciones de los elementos arquitectónicos, multiplicación en las formas de los arcos, frontones rotos, abundantes, irregulares y toscas molduras y la aparición de la columna de fuste retorcido o historiado. Aunque todavía se conservan perfiles rectos y entrepaños sin decorar.
Para Revilla es en el siglo XVIII cuando el estilo adquiere madurez y entonces se le puede dar un nombre diferente al de simplemente barroco, se le puede llamar churrigueresco. En la columna se convierte en pilastra cubierta de profusa ornamentación; se decoran todos los entrepaños, las líneas se rompen hasta el infinito y la escultura se convierte en un elemento decorativo más de los edificios.
José Juan Tablada, continúa la misma línea de pensamiento que Revilla y también divide la arquitectura barroca en dos momentos: el barroco hispánico o barroco mexicano, propio del siglo XVII, y el churrigueresco mexicano, desarrollado en el siglo XVIII.
Las características que el autor atribuye al barroco hispánico son: cúpulas y airosos campanarios, al exterior, en tanto que en el interior, los templos tienen la simple austeridad de las basílicas.
El estilo Barroco, como muchos otros, surge como respuesta a una problemática percibida en los órdenes (clásicos) anteriores. Emerge como una crítica a la sistematización arquitectónica de las corrientes derivadas del orden clásico.
Existía en ese entonces un lineamiento indiscutido, una estructura aceptada “a priori” que regía al momento de idear una obra de arquitectura, donde los edificios eran concebidos como una representación de una realidad que existía por fuera de sí mismos. Estas ramas de la arquitectura como la del Renacimiento vinculaban el edificio a un ente mayor, cuya materialización llevaba a una construcción atemporal que provocaba a su espectador la sensación de eternidad y perpetuidad.
Sin embargo, arquitectos como Francesco Borromini llevan a cabo la búsqueda de una ruptura ante los mandatos preestablecidos y proponen una nueva concepción de la espacialidad en la arquitectura. El arquitecto barroco, al igual que Descartes, pone todo en cuestionamiento, verificando que toda la herencia arquitectónica no sea una ilusión.
A partir de este período, la concepción de “espacio” y su representación formal se modifican, el arquitecto es quien hace el espacio y por lo tanto quien, a partir de las formas arquitectónicas, determina la realidad dentro de él.[1] Este arquitecto, no podrá aceptar las formas arquitectónicas preestablecidas, sino que tendrá que inventar sucesivamente sus propias formas. La obra resultará de la concepción que su creador tenga del mundo en ese momento puntual, resultado de un proceso vital que solo éste experimenta y que deriva en el arte que crea.
Las obras de arquitectura en esta época dejan de responder a un relato construido, para pasar a convertirse en hechos sin pasado ni futuro, el presente sin consecuencias.[2]
Dentro de este nuevo parámetro formal se introduce en la arquitectura el concepto de infinitud.[3] La arquitectura barroca se presenta como una expresión material del dinamismo de un espacio ya que, a diferencia de los órdenes anteriores, está sujeta al accionar del tiempo. La arquitectura ya no es alusiva a un ente ajeno al hombre, eterno e impalpable, sino que pasa a transformarse en una disciplina que responde a lo cotidiano y que refleja constantemente la perspectiva del hombre ante el mundo que lo rodea.
El arquitecto barroco tiene por principal premisa entender su espacio, llevando a cabo una yuxtaposición entre plasticidad, volumetría y elementos decorativos que da como resultado una conquista del mismo.
El Barroco es liberación espacial, es liberación mental de las normas de los tratadistas, de las convenciones, de la geometría elemental y de todo lo estático, es también liberación de la simetría y de la antítesis entre espacio interno y espacio externo. [4]
En la España, la afirmación del Barroco se encontró con las dificultades debidas a la decadencia económica del reinado de Felipe III. En la segunda mitad del siglo XVI, Felipe II había mandado construir el importante complejo del Monasterio de El Escorial, construido en su mayor parte según el proyecto de Juan de Herrera (1530-1597). A Herrera se debe también el proyecto de la Catedral de Valladolid, en el que se refuerza el concepto del eje central y que sirvió de modelo para la Catedral de México.
Progresivamente, la arquitectura española del siglo XVII fue evolucionando hacia el estilo barroco, aunque no dejó grandes ejemplos significativos. La mayor parte de las influencias barrocas fueron recogidas de forma exclusivamente decorativa, especialmente en las iglesias. Este lenguaje, que resultaba rápidamente comprensible incluso para el segmento de la población menos instruido, fue exportado con éxito a las colonias americanas.
Entre los edificios religiosos más importantes del siglo XVII en España puede destacarse la Colegiata de San Isidro en Madrid, iniciada en 1629, la iglesia de Santa María Magdalena de Granada (iniciada en 1677 con planta longitudinal derivada de los edificios con esta disposición de la Antigua Roma) y la Basílica de la Virgen de los Desamparados en Valencia, de planta elíptica.
I.- Periodo purista o postherreriano (abarca los dos primeros tercios del siglo XVII). La penetración del barroco -en sus formas arquitectónicas italianas (plantas complicadas, movimiento de fachadas, decoración abundante y creadora de contrastes de luz)- va a ser lenta. La presencia de la ideología religiosa de la Contrarreforma y el prestigio de la monarquía de Felipe II pesan sobre el arte de la época: se prefiere la sobriedad, la sencillez y la uniformidad. Hay una evidente pobreza de materiales –ladrillo, tapial y yeso- junto a una depuración de líneas -al estilo de El Escorial-. Así como un escaso desarrollo del movimiento en plantas y alzados; se prefiere la línea recta a la curva; hay un predominio de la Iglesia de nave única con capillas entre contrafuertes -tipo de la iglesia del Gesù de los Jesuitas. Las fachadas expresan la misma sencillez de planos: "De un espíritu abstracto, los palacios, las Iglesias y conventos son con fachadas de paramentos lisos a base de grandes rectángulos ligeramente resaltados e interiores de diáfana blancura en la que solamente se recortan de manera neta las decoraciones de cuadrados y triángulos geométricos de las bóvedas, resultando conjuntos graves y apaciguados para aquellos que los contemplan al exterior o penetran al interior".[14]
Ejemplos de este tipo de arquitectura lo tenemos en la Colegiata de San Isidro de Madrid (construida por un jesuita: es de planta de cruz latina similar a la del Gesù, o a San Andrés de Mantua de Alberti); la iglesia de la Encarnación (Madrid); la Cárcel de Madrid (hoy Ministerio de Asuntos Exteriores), la Casa de la Villa de Madrid, la Plaza Mayor de Madrid, la ciudad de Lerma (Burgos); el palacio del Buen Retiro. Estos cinco últimos edificios siguen la línea llamada "estilo escurialense, caracterizado por la sobriedad de líneas, los volúmenes compactos y torres cuadrangulares en las esquinas, techumbres apiramidadas, agujas en los vértices torres, tejas de pizarra negra. En esta época destacan unas especiales concepciones urbanísticas españolas: las plazas mayores, organizaciones casi cerradas, centro de los espectáculos religioso-políticos (procesiones, autos de fe de la Inquisición, predicaciones, recepciones de reyes), formados por distintos bloques de edificios que se unen dejando, bajo ciertas arcadas, paso a las calles periféricas. La más famosa es la Plaza Mayor de Madrid.
II.- Finales del siglo XVII. Se comienza a complicar la arquitectura; primero penetran las formas decorativas del barroco italiano (columnas de orden gigante y salomónicas, movilidad de planos en las fachadas, etc.), y luego las formas espaciales (plantas ovaladas, o cóncavo-convexas, llenas de movimiento).Destacan: fachada de la Catedral de Granada -de Alonso Cano-, dispuesta a manera de arco de triunfo de tres calles, cubiertas de arcos de medio punto; el Pilar de Zaragoza; la torre de las campanas y la del Reloj (Domingo de Andrade) de Santiago de Compostela. Durante el siglo XVII son escasas las construcciones; ya a finales de siglo se construyen: el presbiterio de la Catedral de Valencia. Las obras más barrocas son la fachada de la Catedral- claro ejemplo de los movimientos de fachadas al estilo de Borromini- : entre el escaso espacio que quedaba entre capilla del santo cáliz y Miguelete, se despliega una fachada a modo de biombo con tres calles plegadas en movimientos sinuosos cóncavo convexo, recargada de decoración en relieve y esculturas. La capilla de la Virgen de los desamparados: de planta ovalada, con espacios de entrada o capillas; destacando el camarín de la Virgen. Otros ejemplos son el museo de Bellas Artes, San Pío V y la torre de Santa Catalina, Palacio del Marques de Dos Aguas.
III.- Corriente nacional: Churrigueresco. Durante el siglo XVIII se acelera la construcción de edificios; resalta la plena asimilación de las formas espaciales de Italia (De Borromini y Bernini) en edificios como: San Marcos de Madrid, las Salesas Reales de Madrid, San Francisco El Grande -Madrid-, Palacio Real de Aranjuez -capilla. Son todos ellos edificios en los que destaca su compleja planta con juegos de curvas y contracurvas, cambitación de formas ovaladas, tangentes y secantes; con alzados en los que las cúpulas, bóvedas, etc. son de gran complejidad (destacan las cúpulas encamonada creadas por Francisco Bautista en e1 siglo XVIII: son un sistema de doble cúpula en el que el intradós es de madera y yeso, mientras que el exterior se despega y separa quedando un espacio hueco para lograr mayor efecto de altura y monumentalidad. Al ser de menor peso permite la constitución de espacios más desahogados).
Por otro lado, la arquitectura del siglo XVIII aumenta la tendencia ornamental hasta límites nunca conseguidos; a este estilo se le llama Churrigueresco: por el nombre de la familia con este apellido que produjo mayores obras. Es una decoración de amontonamiento de formas en ciertos lugares del edificio –puertas, fachada, etc; sobresalen por su monumentalidad y aparatosidad. frente al resto del edificio de líneas más sóbrias-. Destacan: colegios de Anava y Calatrava en Valladolid, plaza Mayor de la ciudad de Salamanca. De Pedro Ribera son el puente de Toledo en Madrid, y el Hospicio de Madrid. Otros edificios de este estilo son: San Telmo en Sevilla. La fachada del Obradoiro en Santiago, etc. Esta fachada de Casas y Novoa sustituye a la románica construida delante del Pórtico de la Gloria; es una monumental fachada estructurada como un grandioso arco de triunfo en diversos planos de profundidad (hasta tres) y de una gran verticalidad.
Otra complicación del barroco español se encuentra en los espacios creados para dar cabida a las imágenes religiosas como: reliquias, sagrario , sacristías e imágenes de gran devoción : vienen a combinarse teatrales efectos en la utilización del espacio,, la luz indirecta y de procedencia extraña, la pintura, escultura, etc. Son pequeños lugares en los que el barroquismo estalla en su mayor grado de complicación y teatralidad. Destacan el Transparente de la catedral de Toledo (de Narciso Tomé), el camarín y tabernáculo de la Cartuja del Paular, o el Sagrario de la Cartuja de Granada (Francisco Hurtado Izquierdo). Otra de las grandes escuelas del barroco español, es la fundada a inicios del siglo XVIII por Francisco Hurtado Izquierdo, en Priego de Córdoba. En la que intervinieron, sucesivamente, los hermanos Sánchez de Rueda, Juan de Dios Santaella, Francisco Javier Pedraxas, Remigio del Mármol y José Álvarez Cubero.
Los estudios de arquitectura realizados en Italia por el escenógrafo Inigo Jones y el joven Earl of Arundel constituyeron un impulso inicial que abrió paso a una reorientación fundamental de la arquitectura inglesa, que seguía atrapada en las formas tardomedievales y manieristas. The Queen's House, en Greenwich, pone de manifiesto el brusco cambio de tendencias. El palacio de la reina consta de dos bloques rectangulares unidos entre sí por un puente, conectándolo con el que fue el Greenwich Hospital, hoy conocido como la Old Royal Naval College, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Sobre la planta baja almohadillada se levanta el piano nobile, la planta noble, que se abre al jardín mediante una amplia galería con columnas dóricas. Aparte de Jones hubo muy pocos arquitectos de renombre en este periodo, pero entre ellos cabe citar a Isaac de Caus, que erigió Wilton House, con sus elegantes y fastuosas estancias en forma de caja denominadas The cube y The Double Cube.
Sin duda si hay un arquitecto inglés que destaque por la maestría de sus obras ese es Sir Christopher Wren, quien consiguió imponer en Inglaterra el clasicismo de cuño romano. En 1666, tras el gran incendio de Londres, se le convocó junto con sus colegas para presentar propuestas destinadas a la reconstrucción y urbanización de la que era una de las ciudades más pobladas de la tierra. La impresionante catedral de Saint Paul, cuya silueta es inconfundible en el horizonte de la ciudad, y 51 iglesias más son obra del maestro Wren. También la ampliación del palacio de Hampton Court por orden de Guillermo III de Inglaterra fue llevada a cabo por el mismo entre los años 1689 y 1692.
John Vanbrugh y Nicholas Hawksmoor otorgaron al estilo de Wren unas dimensiones aún más monumentales y sobre todo más pintorescas y teatrales. A partir de 1699 tuvieron a su cargo la construcción del imponente Castle Howard al norte de Yorkshire. El recinto entre cour et jardin (entre patio y jardín) consta de un ala de aposentos similar a un corredor en cuyo centro destacan el salón abierto al jardín y la gran sala cuadrada abierta al patio. En 1715 y 1717 respectivamente publicaron los dos volúmenes del Vitruvius Britannicus, con grabados de edificios británicos clásicos y la traducción de los Quatro libri dell'architettura de Andrea Palladio, lo que provocó un nuevo cambio revolucionario: El neopaladianismo. Esta tendencia tenía como objetivo un retorno a las "reglas nobles y verdaderas" de la Antigüedad tal y como las habían interpretado Palladio e Inigo Jones. El principal protagonista de este movimiento fue Lord Burlington, experto en arte que con su Chiswick House creó un edificio de asombrosa semejanza con las obras de Palladio. Por último cabe destacar otras hermosas obras del barroco británico que se materializan en la residencia de los Duques de Devonshire, conocida como Chattsworth en Derbyshire, Inglaterra, de la mano del arquitecto William Talman en 1694; sin olvidar claro está el monumental Blenheim Palace construido en 1710 por el antes mencionado John Vanbrugh, para el duque de Marlborough de parte de la Reina Ana.
Artículo principal: Arquitectura barroca novohispana
Los principales difusores del Barroco en Nueva España — territorio que comprendía, entre otros países, México — fueron arquitectos españoles que construyeron, en su mayoría, iglesias en las ciudades virreinales. Dentro de los ejemplos más conocidos está la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, proyectada por varios arquitectos españoles y novohispanos.
Hay ciertos caracteres que dan personalidad al barroco novohispano, tanto en la composición de los edificios cuanto en el aspecto formal. Los más notorios son los siguientes:
La génesis de la arquitectura barroca se inicia en Italia, con figuras tan determinantes como Gian Lorenzo Bernini y Francesco Borromini.
En España, la arquitectura barroca va a estar presidida por el gusto por la desornamentación y la sobriedad que había introducido el estilo herreriano, con importantes edificios en los que impera un estilo mesurado y casi clásico.
En América, tras la conquista española, el lenguaje del barroco se desarrolló en forma importante enriqueciéndose con la mano de obra y los conceptos propios de la arquitectura y arte precolombinos, como el uso extensivo de colores brillantes, destacándose en forma especial el barroco mexicano, peruano y el cubano.
En Alemania y en Austria la inspiración italiana combinada con la francesa creará edificios de gran exuberancia decorativa, sobre todo en los interiores, de luminosidad brusca, que darán paso al estilo Rococó (El Rococó se define por el gusto por los colores luminosos, suaves y claros).
En Inglaterra predomina el equilibrio y la austeridad.
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